Decenas de miles de devotos de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez han abarrotado la plaza del Salvador del Mundo de la capital salvadoreña durante la beatificación del religioso, asesinado hace 35 años.
Romero, cuyo recuerdo ha congregado en la ceremonia en torno a 300.000 personas -según estimaciones de la iglesia católica-, ha sido declarado beato, ayer, por el Papa Francisco. El pontífice ha enviado una carta en la que califica a monseñor como "siervo de Dios" y "padre de los pobres".
El pueblo salvadoreño, masivamente volcado en la Plaza del Salvador del Mundo, ha ovacionado y gritado vivas a Romero, una vez finalizada la lectura de la carta de nuestro Papa, Francisco.
"Romero fue un ejemplo de pastor que defendió a los pobres", ha afirmado el arzobispo italiano Vicenzo Paglia al leer su biografía en la plaza ante los miles de salvadoreños congregados. "Romero sigue hablando y pidiendo nuestra conversión. Hoy continúa la misa que interrumpieron el día de su muerte", ha subrayado Paglia.
Romero, asesinado por un escuadrón de la muerte que lo acusaba de ser cura comunista, fue beatificado ante una muchedumbre venida de todos los rincones de El Salvador, así como de varias partes del mundo: Honduras, México, Costa Rica, Guatemala, Panamá, Brasil, Nicaragua, Ecuador, Chile o Perú.
El pasado 9 de enero la Congregación para las Causas de los Santos reconoció por unanimidad que monseñor Romero fue asesinado por odio a la Fe cuando celebraba una misa el 24 de marzo 1980.
San Salvador se convirtió ya en la noche del viernes en una la ciudad despierta, que comenzó con una vigilia a la que asistieron miles de personas para homenajear al que, desde siempre, es para ellos el amigo de los pobres, en la víspera de su beatificación.
Monseñor Romero es para los salvadoreños mucho más que un mártir; es el héroe, el defensor de las causas justas, el hombre bueno, es San Romero de América, como fue bautizado.
Para los fieles de Romero, su beatificación no es más que el primer paso hacia la canonización, que reivindican desde hace 35 años.
El Papa Francisco envió una carta por la beatificación de Mons. Oscar Romero, en la que afirma que él es semilla de reconciliación para ese país centroamericano.
A continuación,fragmentos de la carta :
“Querido Hermano:
Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo.
El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que «mana leche y miel» (cf. Ex 3, 7-8).
En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor.
En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana.
La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.
Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a «la violencia de la espada, la del odio», y vivir «la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros». Él supo ver y experimentó en su propia carne «el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás». Y, con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres», pidiendo a los poderosos que convirtiesen «las armas en hoces para el trabajo».
Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno.
Fraternamente,
FRANCISCO.