(Relato basado en el testimonio
real de un adolescente.)
A mí la
Semana Santa siempre me ha dado un poco igual, era como otras
fiestas. La valoraba por los días de descanso, porque ya habíamos
acabado los exámenes de la 2ªEvaluación, no siempre aprobados, hay
que reconocerlo. Es verdad que Olvera se mueve un poco con los
preparativos para la llegada de la Semana Santa. Empiezan los ensayos
de los costaleros, los triduos de las distintas hermandades. Pero
para mí, como os digo, todo eso me era muy indiferente, yo no iba a
cosas relacionadas con la iglesia desde la Primera Comunión y todo
lo religioso me tocaba muy poco, por no decir casi nada.
En las
vacaciones de Semana Santa hacía lo típico de muchos/as jóvenes:
salir de marcha con mis amigos/as, incluso acercarnos a pueblos
cercanos, como Setenil, para ver los desfiles de las bandas
militares, que nos atraían mucho. De los diferentes pasos de las
hermandades tanto de allí como de aquí, no sabríamos describir la
decoración de sus tronos o las túnicas y vestidos de las imágenes
de Cristo y de la Virgen, no prestábamos mucha atención a esos
detalles.
Tengo que
reconocer, sin embargo, que me gustan las procesiones de mi pueblo,
aunque no me fije mucho en los detalles. Por ejemplo, me impresiona
la expresión del Cristo nuevo de la Veracruz, la escena tan tierna
de Juan el Evangelista con su madre; de Padre Jesús, me gusta mucho
el paso con la escena de Simón, el Cireneo, ayudando a Jesús a
llevar su cruz, tiene tanto realismo que parece que van a cobrar
vida. Del Santo Entierro, me gusta, sobre todo, la cara de la Virgen
de la Soledad tan morena y tan guapa, con esa mirada tan profunda y
esa expresión tan apenada y del Cautivo, me gusta cuando sale a la
calle, que parece que va paseando, de verdad, entre la gente,
dispuesto a predicar, con la túnica blanca que resalta tanto, por lo
alto que es.
Hasta ahora
os podéis preguntar que por qué un día, de pronto, el año
anterior a mi marcha a la universidad, me emocionó la Semana Santa,
me cambió el corazón y me hizo sentir, de nuevo, la Fe en Jesús
que tenía tan perdida.
Pues era un
día, como tantos otros, era de noche y nos íbamos de marcha y
escuchábamos ya, por la música de las bandas, que el Cautivo estaba
cerca. Mis amigos/as tenían prisa en recoger las bebidas para la
botellona que solíamos hacer y no querían esperar el paso de la
procesión. Pero algo me decía, en mi interior, que estaba un poco
cansado de tantas rutinas, de beber por beber, de la música a toda
pastilla y de tanta superficialidad, al menos, aquella noche mi
corazón me pedía algo diferente, algo mucho mejor, con más
sentido. Me planté y dije que me sentía mal, que me volvía a casa,
que me dolía la cabeza y otras excusas...
Mi gente,
un poco extrañada, siguió con la rutina de siempre y nos
despedimos.
Esperé el
paso de la procesión que ese año estrenaba el paso de la Virgen del
Socorro, por lo que en el pueblo había mucha alegría y expectación.
Cuando se acercaba caminando el Cautivo me sentí feliz, alegre, con
ganas de seguirlo, de acompañarlo, de consolarlo.
Me
sentí, de pronto, identificado con el sufrimiento y la injusticia
que tenía que sufrir Jesús, me dolía que tanta bondad, tanta
entrega fuese pagada con la pena de una muerte atroz en la cruz. Y
sentí que mi pago a ese AMOR en mayúsculas de Jesús era mi
indiferencia, mi pasotismo y Jesús, con su mirada, obró el milagro
en mi corazón. Me abrió la puerta de los sentimientos, de la fe en
Él, de un encuentro a un auténtico sentido a la vida, al compromiso
con los demás, con los más necesitados, sobre todo. Seguí, casi
inconscientemente, a Jesús en ese camino teatral por las calles de
Olvera hasta la entrada del paso en la Iglesia del Socorro. No soy el
mismo desde entonces, mis prioridades han cambiado...
Ahora digo que no a
cosas que,antes, por el hecho de ser aceptado por el grupo, hacía
sin pensar y sin estar realmente convencido. Mi camino de
acercamiento a Jesucristo sigue adelante, el encuentro con su mirada
me ha convertido en una persona mejor, más responsable, con más
esperanza y esta experiencia la comunico a quien me quiera escuchar.
(Isabel Álvarez Albarrán.)